Ilustración por: Fernando Nuñez

El autocuidado como práctica anti-patriarcal: La meditación
El patriarcado y sus cánones de virilidad nos afectan en cuanto hay una exigencia implícita y otra explícita de represión emocional, así como una no azarosa desconexión con el cuerpo. Frecuentemente es un rasgo identitario en los hombres que tiene consecuencias en la salud física y mental; individual y colectiva. Ante ello es que la meditación se traduce en una práctica de autocuidado profundamente anti-patriarcal. Si bien existen muchos tipos, haremos referencia específicamente a la que utiliza el Mindfulness o Consciencia plena, la que tiene como objetivo habitar el cuerpo aquí y ahora, y aceptar el presente tal como es: con sus emociones y sensaciones, pensamientos y vacíos; nos abrimos al sentir mediante la autopercepción.
Las raíces del patriarcado alcanzan nuestra mente y costumbres, nos constituye porque fuimos formados en él, bajo ese paradigma, en la cuna-matriz de nuestras familias y grupos de socialización: la escuela, el barrio y grupos de amigos. También a través de la televisión, radios y redes sociales; el cine, arte y literatura; la ciencia, la academia y los grupos políticos y económicos de poder. De él deriva lo que encontramos gracioso, lo bueno y lo malo, cómo tenemos que oler, ser padres o vivir nuestra sexualidad. Mediante las construcciones de género establece un orden jerárquico en términos binarios, opuestos y cerrados. No es lo masculino lo que provoca el dolor humano por sí solo, sino la forma de masculinidad que ejercemos y los efectos físicos y mentales de las categorías de género que se construyeron sobre nuestros cuerpos.

Si bien somos supuestamente libres, nuestro actuar está coercionado por un mandato que acata estereotipos de los que no se es consciente hasta que traen consigo consecuencias que provocan rabia, culpa y dolor. No basta sólo con que estas vivencias se presenten, pues sin una interpelación que involucre el cuestionamiento de mi posición subjetiva en relación al mundo del cual soy parte, a través de un trabajo reelaborativo y terapéutico en lo individual y lo colectivo, el cambio es sólo aparente y superficial. Mientras tanto, el dolor pareciese que viene desde afuera como un castigo que no se comprende y que solo se siente como malestar, siendo que es consecuencia del propio ejercicio de una masculinidad hegemónica, que asocia la fuerza a lo físico y económico y que concibe al poder como sinónimo de dominio y opresión, ya sea real o simbólica.
Los cánones son estándares impuestos y derivados de las construcciones de género, productos culturales difícilmente alcanzables de belleza, éxito, placer y hombría. Son virtualmente imposibles porque somos seres sensibles a los que se les impone no sentir o hacerlo de una determinada manera. En ese sentido, nos afecta el patriarcado porque nos es muy difícil habitar una posición de vulnerabilidad dentro un sistema o paradigma, el cual sentencia que hay emociones que no son propias de un hombre; pues se asocian a una debilidad femenina o infantil que hay que constantemente esconder, negar y, como se dijo, reprimir. Esto, junto a la no comunicación tienen consecuencias en nuestra salud mental y física, aumentando el estrés como en una olla a presión, generando rabia, estados depresivos, aislamiento y soledad. El silencio nos hace pensar que estamos solos o que no hay ni solución ni cambio posible, cuando no es así. El ciclo se repite porque sus eslabones se retroalimentan a través de la acción y la represión es una acción: siento, pienso, hago y vuelvo a sentir.
Entonces, la meditación resulta anti-patriarcal porque desafía las lógicas basales de este sistema, desarma la noción de error propia de la competencia al no haber una manera correcta o incorrecta de hacerlo, porque las emociones no son ni positivas ni negativas. Su ejercicio, a grandes rasgos, consiste en la observación sin juicio —desde ya un desafío— de las sensaciones corporales y pensamientos. Al meditar y poner la atención en qué se está sintiendo, nos abrimos a una manera de reconocer y habitar nuestra propia fragilidad. Se rompen con ello los estándares de virilidad que caricaturizan al hombre y que al no reconocerlos coartan la expresión de sentimientos propios del estar vivo: pena, rabia, alegría, miedo o ansiedad.
Practicar la auto-observación alivia porque el efecto inmediato de volver al cuerpo es notar cómo estamos emocional y físicamente ahora. Volvemos del futuro angustioso o del pesado-pasado al presente, porque no es posible estar en dos lugares a la vez. Esto “corta” la cadena de reacción circular de pensamiento-sensación-conducta, no solo demostrando que por un momento el dolor cesa; sino que además se abre una puerta donde antes había una pared: puedo aceptar la tristeza, enojo, nerviosismo, cansancio y otras emociones y/o estados sin pensar en el rechazo, vergüenza o dolor que pueda significar su manifestación. Desde ahí se pueden afrontar las cosas de una forma distinta. Desoldamos la habitual identificación con el estado emocional que nos embarga y dejamos de ser eso que nos pasa, entendiendo que somos una persona percibiendo algo transitorio. Un ejercicio que puede ayudar es decir: “estoy sintiendo ansiedad, no soy la ansiedad” o entender que rabia no es sinónimo de violencia.
La práctica de la meditación es un trabajo interno que tiene efectos positivos en lo singular-inmediato y en lo comunitario-histórico, pues la empatía es la participación afectiva en los sentimientos de otra persona, desarrollando la capacidad de conectar con ella a través del sentir propio, sin ocupar o apoderarse de su lugar.
Autor: Manuel Muñoz